Una elección supone una decisión entre distintas posibilidades.

Las hacemos constantemente, y la mayoría de las veces no suponen un gran esfuerzo. Esas elecciones del día a día van haciéndose “normales”, de forma que se resuelven y sin mayor temor a las posibles repercusiones.

En cambio hay otras elecciones que trastocan nuestras vidas más intensamente. Suelen tener que ver con temas más importantes, o con las consecuencias que tienen mayor alcance. Aquí suelen mezclarse emociones por un lado y por el otro razones. La parte emocional es una dura contrincante, ya que en el fondo sus razonamientos son diferentes, y en ocasiones supone que la subjetividad se imponga en la situación. Por ello, ante cualquier tipo de elección debemos sopesar de forma adecuada. La parte racional nos deja ver lo más objetivamente posible la realidad en la que nos encontramos.Ver los pros y los contras ayuda a tener perspectiva.

Dicho esto, no quiere decir que nuestra elección deba basarse en la parte racional. Sin valorar la parte de las razones corremos el riesgo de cometer muchos errores.

La auténtica pena es que en la mayor parte de las elecciones que debemos realizar no podemos tenerlo todo, por eso tenemos que tolerar esa frustración de no poder quedarse con todo lo bueno es un trabajo individual. Aceptar supone algo más profundo que comprender. 

Con todo este cóctel estaremos mucho más cerca de tomar la decisión final, si bien las dudas son fieles compañeras de este camino. Por ello pararse a reflexionar bien ayudará a la toma de decisiones de forma determinante. ¿Te atreves a intentarlo?

Cortesía de MAPSICÓLOGOS

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